martes, 16 de abril de 2013

Manual de supervivencia para chicas salvajes

Manual de supervivencia para chicas salvajes:
Australia queda muy, pero que muy lejos de casi todo. De ahí conjetura el artista Sean Morris, oriundo de aquellas tierras, que le puede venir su fijación por representar mundos aislados, situaciones arrancadas de la realidad que les es propia y vueltas a plantar en un tiesto en el que no parecen encajar. En busca y captura de un instante concreto, sus dibujos se convierten en una suerte de “experimento social”, algo así como el juego de un mirón que, de tanto observar, acaba por imponer su visión.
Erigido en gran hermano de la jungla, el ilustrador australiano ha imaginado para Return to Doom Lagoon (del 18 de abril al 16 de mayo), en la galería madrileña Watdafac, espacio inspirado en la ideología punk del Hazlo tú mismo, a un grupo de chicas jóvenes a medio camino entre el icono y el estereotipo emanado de la cultura pop. Varadas en lo que se supone es una extraña isla desierta, llegadas no se sabe cómo, deben lidiar con panteras, plantas venenosas y otros peligros aún peores, como esos barbudos e insufribles novios que se les quedan mirando así, como molestando, con esa cara de no estar entendiendo absolutamente nada.
“Me gusta la idea de las mujeres poderosas de las películas de culto, esas chicas que buscan vengarse de los hombres, las de los parques de caravanas, las que luchan contra los cocodrilos… Todo ese tipo de gente en cierta manera fuerte, que no tiene remordimientos”, cuenta un recién aterrizado Morris (Perth, 1983), que además nombra la película de fantaterror de 1973 La noche de los brujos, del gallego Amando de Ossorio, como una de sus referencias fílmicas fundamentales y valiosa fuente de inspiración.
Siempre a base de ilustraciones, ya ha recreado anteriormente otras fantasías urbanas en medio de la nada, que ha mostrado en su Perth natal (“la capital más aislada del mundo”, incide), por toda Australia y también en Estados Unidos y Gran Bretaña. No todas, aclara, con estupendas muchachas en bikini y machete en mano como protagonistas. “He hecho otras series, como una con hombres en una colonia en el desierto, u otra en un escenario posapocalíptico, en medio de la selva, con gente bebiendo vino de cartón y pasando el rato con dingos”.
Como la vida, dice, nos lleva por caminos inescrutables, a la hora de sentarse a dibujar él prefiere marcarse unos límites que le ayuden a centrarse. Por eso representa universos limitados en los que, eso sí, caben posibilidades infinitas. “Me gusta jugar con símbolos que surgen de la naturaleza o de la tecnología”, cuenta. “Aunque tampoco pretendo hacer un trabajo profundo. Lo que me gusta es inventarme una historia a partir de la cual poder empezar a trabajar”.
El resultado, unas ilustraciones cuyo estilo hace tiempo definió como “básico aunque a la vez con una atención por el detalle propia de un empollón”, quieren de algún modo permanecer en la retina como una “instantánea rara, como el recuerdo de algo que nunca ocurrió”. Y aunque lo que hace busca ser, al menos para él, ese “experimento social” que mencionaba, no hay moraleja sobre la que reflexionar. “No…”, dice con una media sonrisa, “nunca llego a pensar tan lejos”.

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