martes, 16 de abril de 2013

¿Se ha vuelto loco el mercado?

¿Se ha vuelto loco el mercado?:
La reciente venta, en plena Semana Santa, de El sueño, lienzo de 1932 de Picasso, por 120 millones de euros que cambiaron de manos entre dos particulares muy poderosos, ya cuenta como la mayor transacción de estas características nunca celebrada en EE UU y la segunda de la historia del arte mundial (por detrás de un cézanne, adquirido en 2011 por la familia real de Qatar por 191 millones de euros). Y no solo causó gran conmoción en distintos escenarios (desde las casas de subastas a los despachos de los museos o el parqué de Wall Street), sino que dejó tras de sí un reguero de preguntas que mantienen (pre)ocupados a los expertos: ¿Se ha vuelto loco definitivamente el mercado? ¿Ha tocado techo el valor de ciertas obras o en este caso, y como cantaban The Temptations, solo el cielo es el límite? Y sobre todo… ¿Por qué el arte se comporta como uno de los pocos órdenes de la vida que no parecen afectados por el mustio clima económico general de este quinto año de la Gran Recesión?
“El mercado del arte ha encogido un poco, un 7%”, explica Georgina Adam, editora de The Art Newspaper y autora de la columna The Art Market, esencial termómetro del sector publicado cada sábado en Financial Times. “Lo que esa caída disfraza es un mercado tremendamente fuerte en unas partes y asombrosamente débil en otras. Lo que corresponde a lo más exclusivo está en plena ebullición. Solo hay que mirar la lista de los billonarios de Forbes, que este año ha marcado un récord: existen 1.426 en el mundo. Muchos de ellos, cuando se trata de invertir, recurren al arte, porque sí, pueden tener un coche, casas, mansiones para esquiar… pero una obra de arte es irremplazable. Para ellos, es como una caza de trofeos. Y me temo que no hay demasiado amor al arte implicado en la ecuación”.
El análisis de la experta británica se apoya en las conclusiones del informe realizado por la economista Clare McAndrew y presentado a principios de marzo en TEFAF, la feria de arte y antigüedades de Maastricht: EE UU ocupa la cima del sector, un puesto que le fue arrebatado brevemente por China en 2011. A partir de los datos recabados en subastas, además de con marchantes y galeristas, el estudio de McAndrew determina que aunque el mercado global del arte sufrió efectivamente una contracción del 7% en 2012, en EE UU hubo una subida del 5% hasta alcanzar algo más de 14 billones de euros. En China el mercado cayó un cuarto pero aún alcanza los más de 10 billones de euros.
Otra de las tendencias que destaca el informe es que la misma reacción que están teniendo los mercados en otras áreas, con una desaforada búsqueda de valores seguros, trasciende también al mundo del arte: “El grueso de las compras y lo que mejor ha ido ha quedado concentrado en el estrato más alto y en los artistas más conocidos”, señala el informe. Y en 2013 parece que esto se confirma. “Es muy gratificante que a pesar de la crisis las ventas han sido fuertes, especialmente las de las mejores piezas”, declaró el presidente del Comité Ejecutivo de la Feria de Maastricht, Ben Jassens, al final de la misma.
“Es evidente que hay un tipo de artista que interesa especialmente al segmento más alto del coleccionismo; artistas muertos con una sólida reputación, como Warhol, Picasso o Klein”, explica Mercedes Basso, directora de la Fundación Arte y Mecenazgo, que impulsa la Caixa. “A todos esos nombres les une que son legados muy bien gestionados por las familias. Es importantísimo que tengan una sólida trazabilidad, que se sepa muy bien de dónde proceden y qué lugar ocupan en el catálogo razonado del artista. Piense por ejemplo en el caso del electricista de Picasso que apareció hace un par de veranos con un montón de obra supuestamente inédita. ¿Se inmutó la familia del pintor? No, porque saben que es muy difícil que haya nada de la obra del genio mañagueño que escape a su control”.
“Picasso reúne todos los elementos para seducir a estos compradores, a los que conviene no confundir con una excepcionalidad, como algo fuera del mercado. Forman parte de una tendencia global”, aclara Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía. “Es la quintaesencia del mito del artista y no olvidemos que mito es fetiche y mercancía”. Borja-Villel, como el resto de los responsables de los grandes museos del mundo ya ha dado por perdida la batalla de poder pujar para sus centros obras de la importancia de El sueño, si están en manos privadas. “Nunca podremos competir con los jeques, los magnates de Wall Street o los oligarcas rusos”, se lamenta. “Es imposible plantar batalla a ese nivel canónico, de los grandes nombres, que tienen que ver más con las marcas y con las ideas establecidas. El museo tradicional no tiene ninguna posibilidad, a no ser que te dediques a lo que está fuera del mercado o crees estructuras supranacionales que te permitan trabajar en red. Una parte de la historia del siglo XX está hurtada a los grandes museos, desde el expresionismo abstracto hasta las vanguardias históricas”.
A Borja-Villel le queda al menos el consuelo de que muchos de estos compradores acaban donando las obras, pagadas a precios estratosféricos, a instituciones públicas. Días atrás, se deslizó en las informaciones de prensa que el nuevo dueño de El sueño, el magnate Steven Cohen, podría hacer lo propio con su flamante Picasso y depositarlo en el MoMA. Un gesto que le valdría para apuntalar su enorme reputación en el mercado.
Pero… ¿quién es realmente Steven Cohen, el comprador? Pues alguien cuya ausencia en la última edición de Miami Art Basel el pasado diciembre se hizo notar, tanto que el New York Times dedicó un artículo al respecto. Cierto que por allí andaban otros millonarios como Peter Brant, Eli Broad y Steve Wynn (anterior propietario de El sueño). Todos ellos, con abultadas chequeras y dispuestos a comprar obras, pero en el mundo del arte como en el resto de lo relaciondo con los negocios, Cohen no es uno más. Su fondo de inversión de riesgo SAC Capital Advisors es líder y su colección de arte con piezas de Warhol, Pollock, Hirst, Matisse y Monet, está valorada en 1.000 millones de dólares.
El rumor que corría por la feria de Miami es que Cohen podría verse salpicado en una demanda por tráfico de información privilegiada. ¿Y el temor? Que esto frenase su pasión por la adquisición de arte. El rumor resultó ser cierto, pero la duda, totalmente infundada. Era Semana Santa, la misma en que sus abogados se presentaban ante la corte ­–para ratificar un acuerdo de más de 600 millones de dólares que evitará que Cohen vaya a juicio–, cuando saltó la noticia de que había comprado El sueño.
A la luz de todo esto la compra de El sueño de Picasso por parte de Cohen puede ser interpretada como un hábil negocio. Incluso el hecho de que el cuadro fuera rasgado accidentalmente por su anterior propietario Steve Wynn, haya sido restaurado y finalmente vendido por 16 millones de dólares más, puede ser algo que encaje dentro de una extraña lógica. “La gente compra un cuadro y su historia”, explica la marchante Maricruz Bilbao que lanzó la galería Marlborough en Madrid a principios de los noventa. “Este cuadro tiene todo lo que a la gente le gusta de Picasso y su obra está considerada en el mercado del arte como un valor seguro, tanto como un Tiziano o un Rembrandt. Cualquier gran coleccionista quiere un Picasso”.
La revalorización de los cuadros de 1932 del pintor, una fase que hasta hace poco no era la más cotizada del malagueño, arrancó con la subasta en 1997 de El sueño por el que Steve Wynn pagó 40 millones de dólares. El precio se ha triplicado, pero ya en 2010 un cuadro de este mismo periodo se subastó en Christie’s por 106 millones de dólares. Las galerías neoyorquinas también han jugado un interesante papel en todo esto. Tanto Aquavella que dedicó en 2008 una exposición a este periodo de Picasso, como Gagosian y su serie de tres exposiciones comisariadas por el biógrafo de Picasso, John Richardson, han marcado un punto de inflexión y sacudido el mercado.
“Si las cosas continúan así, se acabará dando una enorme polarización, que hará que tendamos a unas pocas galerías multinacionales con una fuerte presencia en los mercados clave”, apunta Georgina Adam. Y un papel también cada vez más determinante. En un viaje de ida y vuelta, a medida que los museos han ido ocupando espacios tradicionalmente controlados por las galerías, organizando muestras de arte contemporáneo e incluso performances para atraer al público, las galerías más potentes, con sedes en EE UU y Europa, han dado un paso al frente organizando exposiciones con recursos, presupuestos y temáticas más propias de museos. Las piezas no están a la venta y a menudo proceden de colecciones e instituciones. Pero su sólo inclusión en estas muestras las revaloriza.
El último ejemplo de esta tendencia es la imponente muestra monográfica sobre Basquiat que Gagosian acaba de clausurar en Chelsea y que ha atraído a cientos de visitantes. Las galerías no quieren esperar a que nadie les marque la agenda; tienen suficiente poder y dinero para influir y ganarse el respeto que hasta ahora residía en los museos. Más que nunca parecen ser arte y parte en el mercado, y las que han sobrevivido a los desastres provocados por la tormenta Sandy el pasado otoño, parecen haber salido reforzadas. Poco se sabe de las estimaciones de los daños, pero en cualquier caso, bajo ningún concepto quieren publicitar sus pérdidas. El fondo de rescate de Art Dealer’s Association of America ayudó a muchos, pero mientras que las galerías grandes han podido mantener cierta privacidad en torno al peligrado asunto, las más pequeñas y los artistas no se han podido permitir el lujo del secretismo, ni meter debajo de la alfombra el lío. Muchas de ellas afrontan enormes deudas y necesitan encontrar almacenes en otros lugares que no sean sus sótanos, espacio que aunque no usen, pagan en la cuenta del alquiler. Los actores más pequeños están amenazados en Chelsea, y los grandes aumentan su poder.
Uno de los más notables, David Zwirner ha inaugurado hace un mes una segunda sede en Chelsea. Apenas a un bloque de la galería central, el nuevo edificio con cinco plantas, más de 2.700 metros cuadrados y un jardín, estará dedicado a muestras de exposiciones históricas de maestros contemporáneos, como la de Donald Judd y Dan Flavin, con la que inauguraron el espacio. Fue precisamente en el stand de Zwirner en Miami en 2011 donde el millonario Cohen gastó medio millón en media hora.

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